Tengo el curriculum vitae sembrado de experiencias laborales apestosas. He pasado por más trabajos basura que pelos tengo en mi cabeza. De muy joven yo creía (¡ay, alma de cántaro!) que el esfuerzo siempre tenía recompensa, que el correcto cumplimiento de mis quehaceres profesionales con diligencia y eficacia me conduciría al éxito. NADA MÁS LEJOS DE LA REALIDAD. Cuanto más trabajaba, más se aprovechaban los cabestros que tuve como jefes, menos dinero ganaba y más larga y tediosa era mi jornada laboral.
Mi primer jefe me hizo repetir 30 veces una carta. Sí, 30 veces, aún hoy tengo pesadillas. ¿Por qué?. Porque, según este virtuoso de la correspondencia administrativa, yo era incapaz de colocar la M mayúscula del “Muy Sr. Mío” en el sitio preciso, en la línea adecuada de la hoja de papel, como correspondería a una secretaria competente y con sólida formación. ¡Pobre de mí, atrevida analfabeta, más torpe que un cerrojo, que hasta firmaba con una cruz temblona! Aquel erudito me tenía aterrorizada, señalando con su índice implacable la molécula de celulosa donde yo debía colocar la primera letra del encabezamiento formal para las misivas que escribía en la Olivetti automática.
Otro de mis jefes, niño de familia bien, puesto en el cargo por su madre, dueña y señora de la empresa, había estudiado en el mismo colegio que, a la sazón, el Príncipe de España (hoy, Rey Felipe VI). Espero, de corazón, que nuestro Rey haya aprovechado mejor las enseñanzas recibidas que su compañero de clase, mi jefe. No sería de recibo que un monarca escribiese “contigo” en dos palabras independientes: “con” y “tigo”. Me llamó al orden por ser tan chapucera y no escribir sus cartas en el ordenador (ya eran otros tiempos, y la Olivetti automática había dado paso a los primeros ordenadores, todavía sin Internet) tal y como él me las había entregado. Desde entonces, con bovina obediencia, calcaba sus errores garrafales en contra de mi voluntad, diseminándolos por toda España, Europa y los Estados Unidos. Eso sí, guardaba siempre el manuscrito original como prueba de mi fidelidad absoluta a su dominio ortográfico. Todavía conservo muchas de estas cartas en lo más profundo de mi trastero, vergonzoso testimonio de por qué en España, por mucho Internet, por muchas redes sociales, por mucha ergonomía en el trabajo, por mucha tolerancia cero, por mucho matrimonio homosexual, por mucho nosotras parimos nosotras decidimos, por mucho bilingüismo en las escuelas, por mucho de todo… no se puede avanzar. La falta de humildad, la envidia, la incapacidad de estar todos a una y las tremendas carencias culturales de personas que, injustamente, detentan puestos de responsabilidad lo impiden.