Me encantan los animales, pero no aguanto a los niños. Eso de llegar a un sitio y encontrarlo repleto de chiquillos, me pone mala. Además, me aburren mortalmente, y no hay nada más letal que Desorbitada aburrida por cualquier causa externa a su persona (sabed que yo misma jamás me produzco el más mínimo aburrimiento, soy así de completa y polifacética).
Entre mis muchas aversiones está, pues, la puerifobia, que no es nada nuevo. La tengo desde siempre. Cuando era pequeña –si alguna vez lo he sido, que lo dudo- no soportaba las tonterías de los niños de mi edad. ¡Cómo odiaba cuando mis padres me echaban de sus reuniones sociales, en las que disfrutaba un montón escuchando a unos y a otros, para que me integrara con los hijos de sus amigos! Desde entonces, detesto la palabra “integración”. Para mí no tiene ningún sentido. Prefiero mil veces “desintegrar”, porque me trae a la memoria las pistolas láser de la serie Espacio 1999, y porque es lo más eficaz para librarse de los mocosos gritones que todo lo ensucian.
Los niños y el silencio no hacen buena combinación, por lo que allí donde estén los unos, desaparecerá el otro. ¡Qué maravilla si la gente naciera ya con 30 años! En un laboratorio de última generación, con la más moderna tecnología en reproducción asistida, de una máquina superpotente que eliminara la molesta gestación nuevemesina. ¿Por qué el Divino Todopoderoso no tuvo a bien equipararnos a las zarigüeyas? Estos graciosos marsupiales tienen un periodo de gestación que no llega a quince días. ¿Por qué, por qué? Me pregunto, aunque es clamar en el desierto. Nadie me va a responder. ¿Todo el mundo se conforma? Así nos luce el pelo.
Hablando de embarazo… me viene a la cabeza esa moda detestable que han popularizado los tortolitos imbéciles que van por ahí proclamando (como si al mundo le importara) que “están embarazados”. Se incluyen los dos en este estado interesante. Los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él. ¡Limpia el wáter por dentro, payaso, con la escobilla y un litro de Don Limpio, y déjate de pamplinas para hacerte el moderno! ¿Cómo puede una mujer casarse con semejante majadero? Solo acepto una respuesta, la única que me conforma: que lo haga por dinero y esté intentando envenenarlo lentamente con los productos del Mercadona.
Los ingleses sí que saben. Hace muchos años que tienen establecimientos donde se prohíbe la entrada a los niños. Sí, la pérfida Albión. Pero qué maravilla poder descansar un rato alejada de esas cebonas que empujan orgullosas los carritos de sus retoños (suelen tener dedos como morcillas, aprisionados en anillos del tamaño hula-hoop). Ante esta idílica estampa me tengo que refrenar para no arrebatarle al lechón, ponerlo en una bandeja y servirlo a los comensales del establecimiento con la manzana en el hociquito.