Viendo por el youtube el “tea party” de Alaska y Mario, me acabo de enterar de que tengo un pasado drogadicto que ignoraba por completo. En el citado programa trataban el tema de las drogas, metiendo en el mismo saco que la cocaína y la heroína, a LAS PASTILLAS. Me he quedado helada. Resulta que todos los lexatines, trankimazines, ofidales, Valium, etc. son, por lo visto, drogas. ¡YO CREÍA QUE ERAN MEDICINAS! Como el Frenadol, el Primperán, el Nolotil o el Omeprazol…indicado cada uno para una patología diferente. ¡Drogas, madre mía! ¡Y yo que las he embaulado por decenas!
El armario botiquín de mi casa, mejor surtido que el de un hospital psiquiátrico, era la cornucopia de psicotrópicos que mi madre, neurasténica impenitente (bajo la nueva perspectiva que me ha dado el salón de té de Alaska y Mario, mejor llamarla “mi camello”) y yo, receptáculo de ansiedad flotante siempre en busca de paz, esquilmábamos con puntualidad kantiana.¡Pero si eran MEDICINAS! Indispensables para cerebros desordenados y corazones arrítmicos. Justificadas cuando el ahogo en el pecho se hace insoportable, para abortar algún estallido violento antes de causar estragos familiares o tan solo asegurar una noche de sueño tranquilo.
Pues bien, ahora resulta que yo, creyéndome un dechado de vida saludable, he estado más enganchada a las pastillas que Nicolas Cage y Elisabeth Shue a la priva en “Leaving Las Vegas”.
Lo cierto es que, ahora que recuerdo, me costó lo mío dejar de meter la mano cada noche en la caja del lorazepam. Pero al final lo logré, pues me horrorizan las servidumbres. Eso de no poder pasar sin algo/alguien no va conmigo, por eso dejé las pastillas y desde entonces aguanto a pelo el devenir de mi propia historia.
Gracias Alaska, gracias Mario, gracias por abrirme los ojos y dar a mi cerebro una nueva perspectiva. Y un nuevo calificativo: soy exyonqui. ¡El dineral que me he ahorrado durante tanto tiempo! ¡Empastillada gratis, qué potra! ¡Gracias, mamá, por el trapicheo en el hogar mientras veíamos el Un, dos, tres! ¡Gracias, médicos de la Seguridad Social, por recetar drogas a tutiplén sin levantar la vista de la hoja! Hay algunos médicos más prolíficos que Borges. Y tan mudos como Harpo. En los pocos minutos que dura la consulta son capaces de rellenar una resma de garabatos ininteligibles. Menos mal que el buen farmacéutico descifra mejor que Champollion los arcanos jeroglíficos y nosotros solo tenemos que pagar la mercancía y salir pitando a echárnosla al coleto.
Ahora estoy limpia. Mi sangre ya no conserva ningún rastro de tanto tóxico ingerido. De cuando en cuando echo mucho de menos ser un zombi de sentidos embotados. ¡Hay tantos estímulos ansiogénicos contra los que luchar, que no doy abasto!