Ya desde agosto está la gente pendiente de la lotería. No bien hemos sacado la pamela y el bikini cuando se nos ofrece comprar la ansiada (menos por mi) lotería navideña. En mi trabajo de la vida real (el que paga la hipoteca) todos se abalanzan sobre los décimos como si fuera maná del Cielo.El azar me importa un pito. Esta es la única ocasión en todo el año que compro un décimo. Lo hago forzada por la situación. No quiero destacar demasiado. Quien no compra lotería en estas fechas es un raro de narices (seguro que piensa mucha gente). La experiencia me ha enseñado que conviene más pasar desapercibido. Diferir del resto no resulta muy rentable y te pone en el punto de mira. Mejor que crean que soy normal. Además, ya que ponen bajo mis narices el número que juegan y yo lo veo, no quiero ser la única de todo el colectivo si tocara. Que no toca, nunca toca. Siempre le toca a otro. Y has perdido el dinero invertido pudiendo habértelo gastado en algo más tangible y provechoso.
Esperar con afán desmedido que el azar, Dios o cualquier fuerza sobrenatural externa resuelva mágicamente nuestras vidas sin nosotros mover un solo dedo, me crispa los nervios. Ah, lo queremos todo y, mejor, si nos lo dan. Proponerse algo y luchar hasta conseguirlo es muy cansado. Requiere esfuerzo, tiempo, paciencia y mucha perseverancia. Que me toque la lotería, por favor. Ojalá Dios me conceda tal cosa. La ley del mínimo esfuerzo. Todo menos ponerme manos a la obra para conseguir mis objetivos. Yo quisiera ser un genio, pero sin dar golpe. Buscad, buscad, que detrás de todo afortunado rara vez encontraréis un billete premiado de lotería. Hay esfuerzo, mucho esfuerzo, confianza en uno mismo y, por supuesto, tesón.