Hay algo que no puedo soportar y es que invadan mi espacio vital. Necesito más sitio que el resto de la gente porque enseguida me pongo nerviosa si alguien se acerca más de la cuenta. Lo ideal para mí sería ir siempre rodeada por un espacio portátil, invisible e infranqueable, similar al que tendría un solitario torero colocado en medio de Las Ventas, con la plaza desierta se entiende. Mejor que Las Ventas, la Monumental de México, que es más grande.space

La educación me hace tener que disimular la profunda aversión que siento cuando tengo que entrar en un ascensor lleno de humanos. ¡Me repugna sobremanera! No me ocurre eso con los animales, cuyo olor no me molesta en absoluto. Prefiero encontrarme a un tigre de Bengala recién orinado y defecado en el ascensor de mi casa, que al vecino de al lado.

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Si llegado el caso no me queda otra que compartir el ascensor con algún espécimen de humano, me aplasto contra el cristal del fondo lo más que puedo, bajando la barbilla de modo que casi toque mi pecho (los estiramientos de cuello de Pilates me han sido muy útiles a este respecto). space

De esta guisa contengo la respiración durante todo el trayecto, como Houdini en la Cámara de Tortura China, recordando los tips de un curso de apnea estática que seguí en la piscina del polideportivo. Así no entra en mis  pulmones aire enrarecido y entro en mi piso o salgo a la calle libre de miasmas. No es este un asunto nada baladí, porque todas esas emanaciones fétidas que expulsan mis vecinos son causa segura de enfermedad incurable.

¡Si en mi bloque solo hubiera japoneses, qué delicia! Todos con sus mascarillas de hospital tapándose la boca! blog0049

Estoy segura de que Dios y los ángeles que cargan su Trono por el Paraíso llevan siempre mascarillas-pasamontañas impolutas, por entre las cuales solo asoman sus célicos ojos. Satanás, por el contrario, y su corte de horripilantes demonios, deben de exhibir unas fauces podridas con las que expelen vaharadas mefíticas sobre las caras de los condenados por toda la eternidad. Más me vale portarme bien en este mundo, que si no…

Estallo, llegando al paroxismo, si alguien me toca. Odio especialmente a las personas que, mientras hablan, acompañan su discurso con manoteos incontrolables y dejan reposar sus zarpas en mi persona de forma intermitente. A estos violadores del espacio vital les cortaría yo los brazos; solo las manos no basta, porque por espantoso que me resulte sentir el contacto de una mano extraña sobre mi carne inocente, peor aún sería el toqueteo de un asqueroso muñón. Como alternativa al ideal de espacio portátil invisible del tamaño de Las Ventas, podría dar por bueno un mundo poblado por seres moldeados al estilo de la Victoria de Samotracia, sin brazos ni cabeza. En este hipotético escenario soportaría con estoicismo la llegada de un ascensor repleto de seres con tal aspecto. Eso sí, las alas bien plegadas en la espalda para no molestar (¿tendrá Marie Kondo algún video explicativo sobre cómo doblar alas?).blog0051

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