dolorEl dolor más inhumano no es pillarse los cojones con la tapa de un piano. Es más, ni siquiera es un dolor sufrido por los hombres, sino por las mujeres. Me refiero al espantoso, al lacerante, dolor interno que siente una mujer cuando, de repente, un día cualquiera, se da cuenta que está casada con un imbécil. Este post es fruto de la observación detallada de algunas parejas, entre ellas la formada por los vecinos del quinto. Ambos jóvenes, con un niño pequeño. No es que ella destaque por sus muchas luces, pero comparándola con su marido, es toda una lumbrera.dolor

Él no tiene ni que hablar. Solo estando es suficiente. Al estar y al ser solo los separa la conjunción con sobrepeso que, en esta entrada indica identidad. El silencio también tiene coeficiente intelectual. En el caso del vecino del quinto, bajo cero, como la temperatura veraniega en cualquier centro de El Corte Inglés.

dolorTodas las mujeres casadas con idiotas acaban por darse cuenta. Algunas tardan meses; otras, años. El dolor más horroroso, el dolor más inhumano lo experimentan aquellas mujeres que, cinco minutos antes de morir, ven pasar antes sus ojos toda una vida junto a un gilipollas. Ese es el peor de los sufrimientos. Compadezco a mi vecina, la pobre. Aún no se ha dado cuenta, porque a la idiotez conyugal se la suele enmascarar con muchos otros apelativos mientras la venda tapa los ojos: ¡ay, qué dulce mi marido, cómo le gusta jugar con mi hijo! (y está el mameluco haciendo el ganso a más no poder, pegando gritos al borde de la piscina); ¡qué noble, mi cari, siempre tan servicial y dispuesto a traerme la compra! (y lo ves en el Mercadona toqueteando los aguacates sin los guantes de plástico, mascando chicle como acostumbran a hacer los idiotas que no saben qué hacer con la boca). dolorPorque sabed, mis queridos lectores/as que hay gente tan tonta que no sabe gestionar su propio cuerpo y deben recurrir a burdos ardides para poder pasear por la calle conservando un ápice de dignidad. El chicle es el típico ejemplo de los que no saben estar con la boca cerrada, con el gesto calmo, la faz serena. Son aquellos y aquellas que, en su vida anterior, fueron camellos o vacas o cualquier otro rumiante, y el recuerdo de su rumio, una impronta inconsciente en una parte recóndita de sus cerebros, les impulsa a mascar la goma compulsivamente y a hacer pompas gigantescas que, una vez hinchadas al límite explotan con un ¡pop! que les causa una risa tremenda.dolor

Este tipo de idiota es progresivo. La idiotez le viene de nacimiento pero se va haciendo más llamativa a medida que pasan los años. Cuando la pareja de la que hablo se mudó al bloque la idiotez del fulano era mucho menos llamativa. Aunque ya apuntaba maneras por la forma bobalicona en la que reía las gracias de los vecinos que no tienen gracia, su imbecilidad pasaba más desapercibida. La juventud, muchas veces, camufla la estupidez estupendamente. También el pelo. Un hombre con una melena abundante en la cabeza es capaz de disimular mejor su cenutria naturaleza. El pelo distrae la atención, deriva al observador hacia otros confines, lejos de la memez verdadera. Sucede lo mismo con las mentecatas: la maniobra de distracción pilosa evita que a las primeras de cambio se descubra la puntuación de su coeficiente intelectual.dolor

Por desgracia, no hay ninguna medicina que cure o calme este dolor. Ni siquiera el alejamiento y la pérdida de vista sanarían a corto plazo a la infeliz desposada. Estaría mejor, sin duda, sin ese idiota en su vida, aunque el regusto amargo de “¿cómo pude ser tan tonta que no vi lo tonto que era este tío?” le quemará por siempre las entrañas.dolor

 

 

Share This